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"Pisos Vacíos"


(2009). Editado por Caballo de Troya (Random House Mondadori)

Cuatro historias sobre amores, tristezas y otras hierbas venenosas. Cuatro relatos unidos por una atmósfera de serena tristeza. En 'Lágrimas', una mujer se echa a llorar durante una consulta oftalmológica. En 'Aniversario', una joven mantiene una relación amorosa con un hombre casado que acaba por abandonarla. 'Ángel' es la historia de una mujer casada que deja su casa sin previo aviso y coge un tren hasta Toulouse. Finalmente, 'Pisos vacíos' trata de una joven estudiante que ayuda a su padre trabajando como dependienta en una pequeña papelería y vive marcada por un problema de sobrepeso. Entre sus clientes le llama la atención un hombre de mediana edad que semanalmente compra un cuadernillo de sudokus.

Reseñas
"Russo es más que un escritor solvente. Tiene gusto por el lenguaje y alta calidad poética. Es inteligente, sutil, implícito, rozando a veces la maravilla. Domina el sentimiento con una delicadeza nada común y a menudo es sencillamente conmovedor".
Alejandro Gándara – El Mundo.

"Se trata sin duda de una pequeña joya a descubrir en el magma editorial español"
Nevando En La Guinea, el nuevo mundo de la literatura.

"Sorprende, se agradece y emociona"
Kiliedro, Revista española de la cultura contemporánea

"Estos relatos melancólicos no abusan de la bruma: responden. De los encuentros entre sus personajes no se sale reconfortado, pero se aprende: si el amor no fuera asimétrico no se notaría ".
Público

-> elmundo.es
-> esmadrid.com
-> kiliedro.com
->  acercatealoslibros.com

Extractos
"Lágrimas"
"Al cabo de unos días, en una de esas noches limpias que le invitan a uno a quedarse despierto hasta un poquito más tarde de lo habitual y levantar la vista al firmamento de lo que ha dejado atrás, Bernardo llegó a la conclusión de que quizá las cosas debieran ser así. Quizá él no hubiera sido elegido por el destino para nada más que recetarle unas gafas a Celia Valdés, quizá no tuviera ninguna encomienda y tan sólo fue depositario de sus lágrimas por puro azar. O quizá su encomienda consistiera precisamente en ser el depositario de las lágrimas de Celia Valdés, quizá todos tengamos un desconocido esperando a que un día vertamos en él toda nuestra tristeza para que se la lleve como un basurero se lleva nuestra bolsa de basura mientras dormimos y así podamos empezar de nuevo con el corazón limpio, sin ninguna carga. Quizá nadie más que un desconocido pueda extraer de nosotros nuestras lágrimas más íntimas, alguien que luego no nos pedirá explicaciones, ni cuentas, ni intentará sacarle ningún tipo de fruto. Quizá todos tengamos una cita concertada con ese desconocido, y ni él o ella ni nosotros sepamos cuándo ni dónde tendrá lugar esa cita, y cuando ésta ocurre no somos ni siquiera conscientes de que en realidad era una cita, que nos estábamos esperando mutuamente. Uno llora, otro recoge las lágrimas y ambos se van cada uno por donde vinieron. Tan clandestina y funcionarial como el polvo de una noche, o como la entrega del dinero de un rescate en un secuestro. Y sólo luego, mucho más tarde, nos damos cuenta de que aquello era una cita, que aquel encuentro casual tenía razón de ser, y que quizá todo forme parte de un plan mucho más grande, que aquel vertido y recogida de lágrimas no es más que un eslabón en la cadena alimenticia del ecosistema emocional del universo. Bernardo se durmió pensando en quién sería a su vez el depositario de sus lágrimas, cuándo la carga de tristeza en su alma sería tan insoportable que bastaría con las palabras más insospechadas de un desconocido para romper las costuras y volcarla en sus manos. Y cuándo podría empezar de nuevo, limpio, sin ninguna atadura ni cicatriz mal cerrada..."

"Aniversario"
"Hoy hace tres meses y dieciséis días que salgo con Fernando. No es ningún día especial y, sin embargo, me ha dado por celebrarlo. Y es que últimamente me ha dado por celebrar cada día. Uno a uno, como si los fuera metiendo en una hucha. No sé qué podré comprar al final con ellos: el tiempo pasado nunca es moneda de cambio. Seguramente los guardo como guardamos las monedas extranjeras de poco valor que ya no sirven, o los céntimos que nunca usamos porque son un incordio y que colocamos en un recipiente simplemente porque hacen bonito. Es exactamente cómo me siento con Fernando. Miro hacia atrás a los ciento ocho días que llevamos juntos y veo que hacen bonito. Quizá algún día pueda también mirar hacia delante y vernos juntos y pensar que también haría bonito. Pero por ahora no me preocupo en levantar la vista.

Tampoco sé por qué últimamente me ha dado por llegar pronto a las citas, yo que siempre acostumbraba a llegar tarde. Será porque aprovecho esos minutos sobrantes que no soy capaz de encontrar en el resto del día para reflexionar, para situarme en el tiempo y en el espacio y afrontar las batallas cotidianas habiendo tomado ya posición. Para no pasarme de estación. Y porque me gusta sentirme imán, epicentro de mi vida, tener la sensación de que las cosas me salen al paso, más que yo irrumpa como un elefante en una cacharrería en ellas.

Y ahí está Fernando, acercándose con su traje y corbata de “archivante”, como él dice. Divisar a alguien querido en la distancia siempre es muy revelador sobre tus sentimientos hacia esa persona. Identificarle entre lo desconocido, ahí enmarcado en la nada, sin ninguna referencia a la que agarrarse ni compararse, como una única palabra que uno entiende de una frase en un idioma indescifrable: uno siente ganas de correr hacia ella o no, uno tiene que hacer esfuerzos para controlar una sonrisa o no, uno piensa que le gusta verse asociado a esa persona o no, la palabra reconocida revela el sentido entero de la frase o no…"

"Pisos vacíos"
"A la semana siguiente hubo dos pisos vacíos más. Y a la siguiente, tres, a pesar de que Ricardo siempre se perjuraba a sí mismo después de cada encuentro, de camino al siguiente cliente, que aquél sería el último. Pero más pronto o más tarde, la soledad, o el dolor, o lo que fuera aquello que le hacía volver a llamarla, acababan regresando a su corazón como regresan a la orilla los objetos lanzados al mar. Ricardo ya ni siquiera la llamaba para organizar las citas sino que tan sólo le mandaba un mensaje por teléfono móvil con la dirección y la hora. Tampoco ya cumplían con el trámite de inspeccionar los pisos: nada más cerrar la puerta de entrada, se volvían el uno hacia el otro y comenzaban a besarse para acabar follando en el suelo sin ni siquiera quitarse la ropa. Y si bien los preámbulos eran cada vez más breves, un conato de diálogo sexual comenzaba a emerger entre ellos a medida que ella iba ganando confianza y se atrevía a modular los movimientos de él o a controlar los tiempos, de forma que él terminaba cada vez más cerca del umbral del éxtasis de ella. Las despedidas eran, sin embargo, cada vez más espinosas. Cuando Leire se refugiaba en el baño, él no sabía si debía marcharse o esperarla, y se quedaba unos instantes paseando por el piso, fingiendo hacer su trabajo. Pero al ver que ella tardaba en salir, él lo interpretaba como un silencio explícito, y entonces se marchaba sigilosamente y esperaba en algún bar de la calle que ella saliera del inmueble, para luego volver al piso tranquilamente y cerrarlo con llave.

Fue en el séptimo encuentro, en un piso en el que ya habían estado, cuando Leire le sorprendió saliendo del baño tímidamente antes de que Ricardo pudiera marcharse.

- Estás casado, ¿no?,- le preguntó ella a bocajarro."

"Ángel"
"Contuvo la respiración unos instantes para comprobar que oía la de Gabriel, su marido, durmiendo plácidamente a su lado. Se levantó sigilosamente. Tenía ya el reloj en su muñeca y la alianza –que siempre dejaba en la mesita de luz para dormir– en su dedo anular desde hacía al menos una hora, el tiempo que le costó zafarse de los hilos invisibles que la tenían inmovilizada bajo las sábanas y le impedían poner en marcha un plan que llevaba semanas barruntando. Se vistió apresuradamente y, cogiendo sus zapatos en la mano, salió de puntillas al pasillo, donde no se atrevió a encender la luz a pesar de que seguía siendo noche cerrada. A tientas, dio varios pasos hasta llegar a la habitación del niño, en cuyo umbral se detuvo. Cerró los ojos. El corazón le latía con fuerza, tanto que por unos instantes creyó volver a sentir las patadas que Jonás le propinaba dentro de su vientre hacía apenas seis meses. Empujó levemente la puerta y entró. En la tenue luz anaranjada que irradiaba el transmisor del baby-call vio los restos del último biberón que Gabriel le había dado hacía poco más de una hora. Le había pedido a su marido que fuera él quien se levantara a dárselo porque sabía que si lo hacía ella, sería luego incapaz de llevar a cabo su plan. El biberón estaba prácticamente vacío, lo que con suerte le daría unas tres o cuatro horas de margen, lo suficiente como para llegar hasta Toulouse sin que se dispararan las alarmas. Se mantuvo a unos pasos de la cuna como quien se mantiene a distancia de un abismo.

La maleta hecha la esperaba en el cuarto de invitados dentro de un armario. Llevaba ahí varios días escondida, conteniendo varias mudas de ropa y la promesa de una carretera infinita. Cuando la sacó del armario y la cargó levantándola del suelo para no hacer ruido hasta la entrada de su piso, sintió arremolinándose en su pecho el viento de un vómito que a duras penas pudo contener. Dejó su teléfono móvil y la carta tantas veces rescrita y finalmente reducida a unas cuantas frases vagas y contradictorias sobre la mesa de la entrada, junto al cenicero donde siempre dejaban las llaves. Tomó las de su coche y, tras coger su chaqueta, salió por la puerta."
© 2004-2011 Rafa Russo
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